Mario, ¿has incursionado alguna vez en el teatro?
En dos actividades he estado relacionado con el teatro. Como autor escribí tres obras: "Ustedes, por ejemplo", "El reportaje" e "Ida y vuelta". Es un género que he abandonado sencillamente porque no estaba nada conforme con el nivel de mis propias obras. Creo que era el más difícil de los géneros en que he escrito y los críticos me castigaron bastante y con razón.
Mi segunda vinculación con el teatro fue como crítico teatral. Desempeñé esa actividad durante dos años, fundamentalmente en el diario "La Mañana", de Montevideo. Creo que eso lo hice un poco mejor que las obras teatrales, pero de todas maneras, hace ya más de 10 años que no hago crítica teatral.
Pienso que mi fracaso como dramaturgo, que me costó muchas críticas negativas, me hizo ser muy cuidadoso cuando debí ejercer, a mi vez, la crítica. Y traté, entonces, de que mis notas cumplieran una función útil porque había detectado que muchas críticas negativas que se vuelven inútilmente agresivas, le sirven de muy poco a quienes hacen teatro o a quienes asisten a él. Creo que cuando a un autor o actor, o escenógrafo o director teatral, se le dice "está mal lo que hace", hay que hacerlo con muy fundamentados argumentos y nunca como una excusa para la burla o el agravio gratuitos.
¿Qué significa el teatro para ti?
De acuerdo a mi respuesta anterior, como autor me representó una frustración; como critico, una posibilidad de ser útil; como espectador, una sostenida vocación, ya que en este terreno, cuando estoy en la platea, es donde disfruto más en relación con el teatro. Y, de todas maneras, considero que el teatro es una de las formas más creativas y tradicionales (aún en los teatros de vanguardia), de expresión que tiene los pueblos.
¿Cuál es, a tu juicio, el rol que debe cumplir el teatro en Latinoamérica?
Empezaría por decir que de los géneros literarios en América Latina, el teatro es el que me parece que ha sufrido más influencias extranjeras y en el que le ha costado más a los autores encontrar un mundo propio. Hay que tener en cuenta, también, que es uno de los géneros más difíciles, pero, sobre todo, creo advertir en ese contagio, fundamentalmente europeo, una falta de seguridad. No es por azar que los géneros en que más se ha destacado la literatura latinoamericana sean aquellos en que su realización depende casi exclusivamente de un individuo: la novela, la poesía, el cuento, el ensayo.
El teatro y el cine no se conciben sino como tareas de equipo en los que el autor debería ser sólo una de las piezas que lo componen, pero el individualismo, en muchos aspectos deformante suele ser característica de los intelectuales Latinoamericanos. En el caso de estos géneros, significa un problema adicional ya que no son muchos los ejemplos de dramaturgos o guionistas cinematográficos que trabajan en forma de equipo con el resto de los participantes en un espectáculo teatral o en una película.
Para contestar, por fin, a la pregunta, yo diría que, sin perjuicio de los distintos enfoques, estilos o puntos de vista y acercamientos o alejamientos con respecto a la realidad, un papel importante (aunque no el único) que puede cumplir el teatro en América Latina, es demostrar que hay formas de arte que pueden ser el producto de una labor conjunta, como un modesto paradigma de otras labores comunitarias.
¿Consideras que la temática a desarrollar en el teatro, en América Latina, debe ser comprometida?
Esta pregunta tendría para mí la misma respuesta si se refiriera a otro género literario. Creo, en primer término, que una pieza teatral comprometida o una novela comprometida o una poesía comprometida, tiene que ser, primero y sobre todo, teatro, novela y poesía. Si no son válidos como arte, creo que no van a ser válidos en su mensaje político. Al contrario, pueden tener un efecto contraproducente.
La calidad artística catapulta el tema político hacia delante. La ineficacia artística convierte por lo general, en pobre o en limitada una propuesta política o social que es amplia y generosa
Siempre he considerado un error exigirle al artista que escriba obligadamente sobre temas comprometidos. La literatura comprometida o militante debe ser, a mi juicio, una consecuencia lógica, natural y un compromiso o una militancia en la vida personal. De lo contrario, sería el equivalente de escribir poemas de amor sin estar enamorado: suena a hueco. Además, lo que tiene relación específicamente con el teatro creo que el escribir o representar un teatro de temas o connotaciones políticas no debe ser obstáculo para que exista, se escriba, se represente, se disfrute el teatro que plantea los viejos o nuevos problemas de las relaciones humanas, o aún el teatro que en buena ley (y no como un instrumento más del consumismo) nos hace reír.
De todas maneras, me parece muy importante que en el teatro de implicancias políticas esté presente un espíritu de experimentación y de búsqueda de nuevas formas que perfeccionen los canales de comunicación con el espectador y hasta estimulen su participación.
¿En las actuales circunstancias que vive América Latina, debe un hombre, y el artista es un hombre, estar ajeno a su realidad? ¿El artista de teatro no debería reflejar, prioritariamente, lo que ocurre en su tiempo y en su sociedad?
Creo que lo refleja hasta en el caso en que se proponga lo contrario.
El artista siempre ha estado de algún modo reflejando su tiempo y su lugar y hasta cuando, creyendo haber descubierto la más segura de las evasiones, trata de desprenderse de su gente y de su época, también su fuga sirve para señalar inequívocamente de qué y de dónde se está escapando.
Lo ideal me parece que sería que el artista sea dúctil con respecto a su realidad, que no se fije esquemas rígidos, porque la realidad es muy combatiente y casi siempre evoluciona más rápido que los esquemas. Hay que estar alerta consigo mismo cuando se trata de romper con viejas retóricas, para no caer en la rigidez de las retóricas nuevas.
Estimo que es útil a una sociedad cuando el artista, de algún modo, se convierte en su testigo implicado, pero su testimonio será realmente atendible o valioso, cuando no se limite a ser un fotógrafo o un sismógrafo de esa realidad sino, más bien, cuando prolonga las coordenadas de lo real en una operación imaginativa y creadora.
La falta de autores teatrales que reflejen la problemática de América Latina en forma artística y directa, ha impulsado a muchos grupos escénicos de esta parte del continente a practicar la creación colectiva. ¿Significaría esto que existe una tendencia a que desaparezcan los autores teatrales?
Entiendo que el autor teatral va a seguir existiendo, como va a seguir existiendo el actor, el escenógrafo, el utilero, el director teatral. Sencillamente porque creo que un equipo teatral o no, es la concentración de distintos elementos, de elementos que cumplen distintas funciones, y no la transformación de todos y cada uno de los integrantes del equipo en un vago instrumento promedial.
El trabajo en equipo, o el llamado teatro colectivo, tiene para mí la virtud de que la labor de cada integrante siente la influencia y recibe el aporte de los otros componentes: que la obra en proceso pasa por discusiones que se hacen en conjunto, pero, en última instancia, cada uno va a ser responsable de un aspecto del espectáculo. Dentro de ese accionar cohesionado, el autor, aunque reciba los aportes y sugerencias de sus compañeros, será, en suma, quien dé forma al texto definitivo
De modo que el teatro colectivo no me parece que tienda a la desaparición del autor sino, más bien, a su socialización.
Entrevista de Jorge Chiarella Krüger, publicada el 7/03/76 en el DOMINICAL de El Comercio, Lima, Perú.
para que sirve un utilero en el teatro
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