8/6/09

VARGAS LLOSA EN EL TEATRO


EL TERROR DE UNA NUEVA EXPERIENCIA

A PROPÓSITO DE "LA SEÑORITA DE TACNA" 


Vargas Llosa está sentado en una butaca del teatro “Blanca Podestá” de Buenos Aires. Lo acompañan nueve amigos. Es el 25 de mayo de 1981, día del último ensayo general de “La señorita de Tacna”, su obra de teatro que tendrá su estreno mundial al día siguiente. Vargas Llosa suda frío, siente... Terror, siento verdadero terror de no reconocer lo que he escrito. Peor todavía, de reconocerlo y sentir espanto de haberlo escrito, o que de repente la representación sea algo tan distinto de lo que he imaginado... siento pánico”.

Simultáneamente “Seix Barral” ha editado la obra de Vargas Llosa corregida y... sin aumentar. Porque cuando Mario trabajó el texto final con Emilio Alfaro, el director responsable de la puesta en escena, suprimió muchos parlamentos, todo lo que podía ser información inútil, repeticiones inútiles, defectos que él como narrador traía al teatro.

La confrontación fue utilisima, fue poner la obra frente a frente con su posible materialización, pues la visión crítica de un director de teatro, que lo veía todo en términos de representación, me obligó a efectuar esas correcciones. Fueron más que nada supresiones, ningún añadido.”

Mario había terminado “La Tía Julia y el escribidor” en 1976. Pero siempre le había rondado en la cabeza llevar al teatro la historia de su Tía abuela. La historia de Mamaé. Quizá porque la tenía perfectamente visualizada pensó siempre que esta historia tenía que darse en el teatro. Inmediatamente comenzó a llevarla al papel...

Con un enorme esfuerzo, rehaciendo mucho, me salió un texto muy largo. Todo el 77 me lo pasé escribiendo, cortando, añadiendo, hice muchas versiones...

Uno de los esfuerzos que tuve que hacer constantemente mientras la escribía era el tratar de visualizarla, algo que no me ocurre, al menos en esa proporción, cuando escribo una novela. Tenía que estar constantemente cerrando los ojos y trasladándome a un escenario, trasladar la historia al escenario y al mismo tiempo oírla. Esto último si me ha ocurrido cuando escribí “Los cachorros”, la escribí oyéndola porque tenía la idea que era una obra que tenía que ser más cantada que contada. Pero el visualizar los gestos, los movimientos, las expresiones era algo nuevo para mí, algo muy coactivo que me obligaba a pasar por esa horrible conciencia crítica todo el tiempo”.

Y en “La señorita de Tacna” el personaje Belisario, escritor de profesión, reniega también de la conciencia crítica en términos sumamente duros: “Abajo la conciencia crítica, Belisario... sólo sirve para extreñirte, castrarte, frustrarte. ¡Fuera de aquí conciencia crítica!... reina de los escritores estreñidos”.

¿Belisario eres tú, Mario? ¿Sus frustraciones son las tuyas, los contentos en sus hallazgos son los tuyos?

En un sentido lo soy, porque soy una persona que escribe historias a quien el mundo de la ficción lo apasiona y, además, como Belisario, creo que la mayor parte de los escritores de ficción utiliza su experiencia y su vida como una cantera, como una materia prima y también es verdad que alguna, si no todas, las anécdotas autobiográficas que utiliza Belisario son las mías, aunque al mismo tiempo hay mucho de inventado, de imaginario en la vida de Belisario y en la vida de la familia que no tiene nada que ver con mi propia vida. Es una mezcla de verdad y mentira como en las novelas que he escrito.

¿Y sobre la conciencia crítica?

"Creo que aludo a una situación muy real y general, si creo que todo creador en general tiene un gran enemigo en la conciencia crítica, ese censor que está detrás de ti en el momento en que te abandonas a la fantasía, a la ilusión, por un camino que te puede llevar al disparate, a la locura, a lo desconocido, y que permanentemente te dice: Por allí no, te estás equivocando, y que te chantajea con el temor al ridículo...

¿Tienes temor al ridículo?

“Bueno, tengo ese tipo de reflejos que son supongo más o menos normales. No me gusta equivocarme, me gustaría acertar siempre, y así no se puede crear, porque si tu no estas dispuesto a romperte la cabeza, a equivocarte, a hacer el ridículo, tú no puedes hacer de veras una obra creativa. Yo he tenido que luchar siempre con lo que se puede llamar la conciencia crítica, y en ese sentido si soy Belisario”.

Pero sentado en su butaca del teatro “Blanca Podestá”, Vargas Llosa siente terror antes de ver el ensayo General...

Siento una enorme inseguridad en un género que no conozco, que no he practicado, del que solo he sido espectador, temo que mi esfuerzo por escribir teatro, sea vano, inútil, haber producido un texto frustrado, una obra que yo mismo tenga vergüenza o desprecio. Pero no, no debo sentirlo, al diablo la conciencia crítica, para eso he corregido tanto y si no lo he hecho más es porque ya he estado saturado de la obra, porque mi ánimo para seguir corrigiendo se agotó, no porque ya esté satisfecho. No debo sentir terror, sé que siempre estoy insatisfecho...

Y por su memoria pasan muchas cosas, la imagen de su Mamaé, las horas de angustia por escribir la obra, la satisfacción de haberle puesto el punto final que, después se convirtió en suspensivos en su encuentro con Alfaro. Distintos lugares, Tacna, Arequipa, Lima, Washington, Europa, Ahora Argentina, y distintos tiempos. Igualito como en “La señorita de Tacna” donde los tiempos y los espacios constituyen ejes teatralmente narrativos. ¿Qué busca Vargas Llosa con ese manejo Tiempo- espacio?

Creo que la obra de arte nos es importante porque nos da algo que la vida no nos puede dar. La vida es una afluencia, una continuidad sin límites, entonces nunca tenemos una perspectiva esférica; totalizadora. Es entonces el arte el que nos permite esa visión global, total de la experiencia del destino humano. Pero ¿Cómo conseguir esa esfericidad en una ficción? Supongo que hay distintos métodos, distintas técnicas. En mi caso, yo me doy cuenta cada vez mas que esa totalidad está dado por una especie de congelamiento del tiempo, es decir que el tiempo ya no es una afluencia, el tiempo es algo sólido que se puede descomponer en bloques, que se puede rearmar como un todo sólido, entonces eso te permite conocer todos los instantes significativos de una persona y saber las motivaciones profundas de cada acto o de los actos importantes, logrando esa apariencia total, global, absoluta de una experiencia vivida.

El aplauso del público es compacto, estruendoso, largo y demostrativo de un feroz cariño por la actriz. Norma Aleandro ha estado cinco años fuera de su patria. Un lustro de exilio por razones políticas. Y ahora vuelve como la Mamaé de Vargas Llosa. El clima es especial. El director ha planteado muy bien la puesta, situado a Belisario en el centro del escenario y convirtiendo el tablado en su conciencia, territorio donde se plasma esa mezcla de memoria- invención que es la señorita de Tacna. El espacio está cercado por tules transparentes, paredes que no lo son, que se opacan y se vuelven translúcidos, en el fondo hay objetos significativos, objetos de la memoria de Mamaé, la nonagenaria de los  años cincuenta que en solo un giro se convierte en la juvenil Emilia de fines del sigo pasado, o que se proyecta al año 80 del actual para dialogar con Belisario. El nerviosismo de Vargas Llosa se va transformando en infantil asombro ante cada reacción del público. Nunca había visto a nadie leer alguno de sus libros en suficiente tiempo como para poder auscultar sus impresiones ante cada línea. Ahora el público ríe en la escena de la confesión de la Mamaé ante el padre Venancio. Vargas Llosa está descubriendo el humor de sus textos en líneas que el no pensaba que alguien esbozara una sonrisa.

Pero esto ocurrió un día después. En este instante no hay público. Es el ensayo el que empieza y el terror de Vargas Llosa comienza a desvanecerse. Va encontrando su obra tal cual él la escribió pero a la vez con aportes del director que él no había imaginado. La actuación de la Aleandro lo entusiasma. Ya no hay pánico. Ahora sólo los nervios propios del estreno.

Los cables nos dieron cuenta de la opinión de la crítica. Posiblemente la compañía traiga la obra al Perú. Vargas Llosa pasó el examen. Ahora también es un buen escritor de teatro.

Entrevista de Jorge Chiarella Krüger publicada el 28/06/1981 en el DOMINICAL de El Comercio, Lima, Perú.

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